martes, 2 de septiembre de 2014

Rescatando el amor con locura.

Permítame ofrecerle antes que nada una disculpa. Por comenzar de esta manera. Pero debo advertir que esta historia que usted leerá, puede llagar a ser ofensiva para algunas personas.

“Nada de lo que se haga en la cama es inmoral, si contribuye a perpetuar el amor” Gabriel G. Márquez.

Este encuentro fue más que solo sexo, fue una complicidad de una pareja. Locos y embriagados de amor, decidieron seguir siendo cómplices en su loca pasión .

Cierta ocasión cuando regresaba de una jornada laboral, estaba ella. Siempre ha estado ella para mi. Es la mujer que sin duda alguna amo. La que me enloquece, la que me enciende…

Estaba ella ahí. Con su mirada triste que la caracteriza, esa mirada color café obscuro.  Con su casi 1.60 de estatura. Su piel morena que tanto amo. Su cabello lacio castaño obscuro que cae por debajo de sus hombros. Cara angelical.  Y con un lunar que la caracteriza que cae debajo de ojo derecho.

Su cuerpo me incita a la lujuria, ella posee las nalgas más divinas que mis ojos hayan podido ver. Grandes y suaves que te invitan a querer disfrutarlas.

Recuerdo era casi medio día, pero para el amor nunca hay hora.

Ella me recibió muy tiernamente  y eso créanme que me agrada. Veíamos películas de acción abrazados en el sofá. Nos reíamos, nos besábamos y nos mirábamos.

Los besos comenzaron a subir la temperatura de la habitación, pues no podíamos ignorar con nuestras miradas cuanto nos deseábamos. Nos retiramos hacia la recámara; habitual cómplice de nuestras más bajas pasiones.

Aquel encuentro fue distinto. Fue mágico para mi, estimado lector.

Nos besábamos con una intensidad difícil de describir. La sujetaba de la cadera, casi rozando esas maravillosas nalgas que tanto amo. Los movimientos eran tan sutiles que sin duda alguna, la enloquecían. Su cuerpo me lo decía, me necesitaba.

Mis manos la acariciaban de pies a cabeza mientras me enamoraba aún más de su mirada. Recostados en la cama, la sensación de lujuria se apoderaba más del ambiente.

Apreté con fuerza sus nalgas y la acerqué hacia mí para sentirla mía. Decidió  tomar el control: me comenzó a desnudar. Ella hacía esos movimientos que tanto me gustan con sus manos y comenzó  a acariciarme con sus uñas, poco a poco las clavaba en mí, rasguñándome de manera sutil. Marcándome la piel con su deseo.

Me tenía una sorpresa, corrió a cambiarse pues tenía preparado un traje que me haría perder la cabeza.

Era un traje de una sola pieza de color negro, con encajes que hacían que fuese  elegante y tremendamente sexy. Cubría sus tetas apenas y bajaba una tela con pequeños círculos hasta su cadera. De ahí, se transformaba en una falda muy pequeña que a la vez era una tanga. Vagamente recuerdo tenia un moño lateral. Y acompañaba el atuendo unos tacones rojos que la hacían ver como una puta. Mi puta.

Como se imaginan aquello que veía, me excitaba. La deseaba sin tabúes, sin paciencia, sin reparos. Tenía que ser mía.

Mi miembro ya estaba firme después de verla. Era un silencioso y duro homenaje a sus curvas. Ella, sin titubear, se abalanzó sobre mí y comenzó a mamar mi falo.
Me rasguñaba mientras lamía. Chupaba mis bolas y me masturbaba.

Estaba yo tendido extasiado. Comencé a nalguearla pues la posición en la que estábamos era perfecta para que mientras me la mamaba yo la nalgueara. La fuerza no era suficiente y decidí ser más salvaje. Tomé un cinturón y comencé a nalguearla con él. La expresión en su cara era de placer.

En eso tocaron la puerta, ¡Oh si! malditas interrupciones. Tuve que vestirme y atender a quien llamaba.

Contrario a lo que puedan pensar, esto ayudó mucho. Cuando regresé con mi amada ella me esperaba en otro cuarto de la casa.

Llegué a ella, la tomé y la besé mientras tocaba su suave monte de Venus. La tomé de los cabellos y la azoté contra el clóset. Alcé sus brazos. Separé sus piernas y la incliné un poco. Así podía admirar su hermoso culo. Lamí como un depravado sus nalgas. Y poco a poco comenzaba a masturbarla.

En esa época nos llamaba la atención temas relacionados al BDSM.

En mi mente comenzaron a llegar ideas referente al tema, tome un suspiro y le dije:

-Te hare algo nuevo.
-¿Qué es lo que me harás? Pregunto un tanto nerviosa.
-Ya verás se que te agradara.
-¿Pero que es?
-Tranquila, confía en mi.

Tome un encendedor que tenia a la mano y comencé a quemarle las nalgas. No, no se asuste estimado lector.

Se que en momentos de lujuria nuestros sentidos se agudizan, por lo tanto, solamente le dejaba la sensación caliente de la flama por fracciones de segundos. Jadeaba, casi gimiendo. Realmente le gustaba.

-Cógeme, cógeme. Es lo que me pedía. Yo aun vestido por culpa de aquella interrupción. Le dije:
–Me gustaría que me la chuparas.
–Ahorita lo hago pero por favor cógeme.
Lo pensé y decidí hacerlo. Me quite lo que cubría mi falo, la penetre delicadamente…

Iban y venían mis caderas, mientras ella apretaba mis piernas y yo la sometía de los cabellos.

Decidí  recostarme en el sofá y le pedí que se hincara en el suelo ante mi y que su lengua me mostrara lo que era capaz de hacer. Fueron minutos de un placer que solo ella sabe dar con su lengua.

Cuando de nuevo la puerta. ¡Maldita puerta!

Tuve que interrumpir vestirme y con mi verga aún dura, tuve que abrir. Mientras atendía a aquella persona. No hacia otra cosa que no fuera pensar en cogérmela.

No tardé nada para regresar a la acción y lo que encontré al abrir la puesta fue lo más rico que he visto últimamente.

Estaba ella aún en suelo hincada, reclinándose en el sofá, mostrándome su culo, esperándome, pidiéndomelo. No me pude contener, me arranqué la ropa y sin dudarlo le metí mi miembro duro hasta el fondo.

No dejaba de darme vueltas en la cabeza aquella imagen de sus nalgas mientras la perforaba con pasión.

Le daba nalgadas. –¿Es esto lo que te gusta? Le preguntaba mientras sentía como sus nalgas me golpean mi vientre.
Jadeando me respondía - ¡Si! ¡Si!.

Tomé de nuevo el cinturón y le daba un par de azotes. Cada golpe la prendían más  y más. La tomaba de los cabellos y podía ver su rostro totalmente extasiado de placer.

Era mi sumisa, mi puta.  Le puse el cinturón alrededor de su cadera y lo jalé para apretarla. Esto me servía de apoyo para penetrarla más profundo y con mayor fuerza.

Mientras le empujaba mi verga, decidía darle un par de cachetadas. Debo admitir que me sorprendió su reacción. Creí  que se molestaría, pero fue lo contrario. Esto la excitó tanto que era irreconocible.

Nos pasamos a la cama, la recosté y me hinqué a su lado poniendo mi miembro cerca de su boca. Obviamente invitándola a que le la chupara.

Cuando lo hacia, yo la masturbaba y podía inclinarme a lamer su sexo.

No duro mucho aquella acción. Se recostó boca arriba. Jugué entre sus piernas. Las abrí y ponía mi miembro en su sexo, con la cabeza la acariciaba y ella gesticulaba demostrando placer.

Apreté sus nalgas y de un movimiento clave mi falo dentro de ella. Nos contorsionábamos moviendo nuestras caderas. Le tome las piernas y las eleve más para poder lamerlas un poco. No dejaba de enloquecerme.

La cogía lo más duro que podía. Era yo un dominante ante su sumisa. Deseaba explotar. Le escupí la cara y me imaginaba que era mi semen en su cara. – ¡Pégame! ¡Pégame! ¡Anda, soy tu puta!-  Gritaba.

La complací. Le di un par de cachetadas un poco más fuertes que las anteriores. Jadeaba muy fuerte -¡Ah! ¡Ah!-  Exclamaba. Me rasguñaba más. La empalaba más duro, apresurando mis caderas con mayor intensidad hasta que exploté…

Sentí como estaba hirviendo adentro. Mojada y con cara de éxtasis sexual.


Esta aventura que tuve con mi ninfa Griega ayudó a tener encendida la pasión y a que el amor no muriera, ya que en el sexo nada esta dicho y siempre existen nuevos caminos por recorrer y placeres por descubrir.

Autor: César Vera
Editor: Angelica Santillana

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